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un criado, Lal Rao, que nosotros no hemos visto todavía. La señora Bernstone dice que es un buen hombre, pero, sin embargo, Small no podía hallar el escondite del tesoro, conocido única—mente del mayor y de un eriado fiel que ya había muerto. Un día sabe Small que Sholto estaba moribundo.

Desesperado al pensar que el secreto del tesoro podía desaparecer con el mayor, burla la vigilancia de los guardianes, se acerca á la ventana del cuarto, y sólo retrocede en presencia de los dos hijos. Enloquecido por el odio que profesa al muerto, entra por la noche en el cuarto, registra los papeles con la esperanza de descubrir algún memorandum relativo al tesoro, y finalmente, deja un recuerdo de su visita en una corta inscripción sobre un papel. Sin duda había resuelto de antemano para después de haber dado muerte al mayor, dejar esa nota en el cadáver, come señal de que no se trataba de un vulgar asesinato, sino de algo que, desde el punto de vista de los cuatro asociados, era un acto de justicia. En los anales del crimen son frecuentes estos curiosos rasgos de orgullo, indicaciones valiosas en cuanto á la persona del criminal. ¿Sigue usted el curso de mis ideas?

—Con perfecta claridad.

—Bueno. ¿Qué podría hacer Jonathan Small?