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el hecico. Siguió avanzando con apresurado paso era claro que el penetrante olor de la creosota dominaba todos los otros.

No se imagine usted—me dijo Holmes—que el resultado de mis pesquisas depende en esta caso únicamente de la circunstancia de haber uno de los sujetos metido el pie en la creosota.

Poseo datos que me habrían permitido seguirles la pista de diferentes y varias maneras. Pero esta es la mejor, y desde que la buena suerte la ha puesto en nuestras manos, despreciarla sería realmente culpable. Lo que no quita que con de examinar un peesto nos hayamos queño é interesante problema intelectual como el que, según me parecía al principio, íbamos á tener en este asunto. A no ser por el indicio, demasiado palpable, que seguimos ahora, nuestros trabajos habrían tenido algún mérito.

Mérito hay de sobra—le contesté.—Le aseguro, Holmes, que estoy maravillado de los resultados que ha alcanzado en este asunto, más maravillado aún que cuando se trató del asesinato de Jefferson Hope. La cuestión actual me parece más profunda é inexplicable. ¿Cómo ha podido usted, por ejemplo, dar con tanta seguridad las señas del cojo de la pierna de madera?

Psch! Sencillo hasta más no poder, amigomío! A mí no me gusta asumir actitudes teatra-