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hacían que el marido no pudiera ver al amante en el lecho de su esposa; aquí se advierteacerca de la confianza en lo que se ve, y se invita al marido a seguir atentamente con los ojos a la mujer para evitar todo engaño, incluso uno que pareciera improbable y que presupondría la presencia de un varón en cultos cerradamente femeninos: el coniunx debe seguir a la infiel ad aras, acción técnicamente imposible. Con los vv.29-30 se cierra el motivo de apertura: Non ego te laesi prudens: ignosce fatenti; iussit Amor: contra quis ferat arma deos? vv.29-30 No te lastimé premeditadamente: perdona al que habla; lo ordenó Amor: quién podría llevar las armas contra los dioses? Amor, a quien se reclamara en los versos iniciales (vv.1-4) por engañar mostrando un rostro agradable para después volverse tristis et asper, y por librar un desigual combate con los hombres siendo una divinidad, es invocado ahora como justificación del engaño padecido por el marido. La «solidaridad masculina», propiciada por el poeta, se va quebrando por la confesión personal que ha hecho hasta alcanzar sus notas más desafiantes en los vv.31-32: de lo Ille ego sum, nec me iam dicere uera pudebit, instabat tota cui tua nocte canis. Yo soy aquél, y ya no me avergüenza decir la verdad, a quien tu perro corría todas las noches. El amante resulta decidido a hacer una ominosa confesión que deja mal parados a todos menos a sí mismo ya que la responsabilidad de sus actos corresponde a Amor; de ahí que nec me iam dicere uera pudebit, que proclame lo que al menos ha sido, aunque efímero, un triunfo en el amor. Reencontramos, transformado en confesión al marido de la amada, el motivo del non pudet que el poeta refiere a su propia condición de enamorado (cf. 1.1.74). Pero en los 71