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Aquí iners (v.58) recupera su valor normal asociado a segnis, pero se ha producido una resemantización del término que finaliza con esta especie de desafío lanzado desde el quaeso segnis inersque uocer, donde una cosa es «ser llamado» iners, y otra muy distinta lo que se desprende del contexto en el que el poeta diseña un uita transeat inerti. Ha sido despreciado el labor del ambicioso con su constante inminencia de guerras; en tanto romano e ingenuus, el poeta aspira a la condición de campesino, no quejándose por amadas infieles o amores no correspondidos, como los pastores virgilianos, sino reconciliado con las adversidades naturales por el amor de su señora (domina). Considera- mos conveniente consignar, al respecto, que la palabra domina tiene su corres- pondiente castellano en «dueña», tal como se emplea el término al menos hasta el siglo XIX; actualmente la palabra ha quedado reducida, especialmente en el Río de la Plata, a la significación de «poseedora de algo», sea un objeto, un comercio, o un animal doméstico; tampoco su otro posible equivalente, «señora», puede ser tomado hic et nunc como su traducción, ya que «señora» es sólo una mujer casada o cualquier mujer mayor, apenas conservando un vago aire de cortesía, pero es lo que más puede aproximarse al sentido de domina. En general, mantendremos el término latino. Esta domina se presenta como una matrona rural que lo acompaña junto al fuego del hogar, con un sutil toque de erotismo en la pintura interior. Esto significa que la auténtica uita iners es la que desprecia la ambición y se entrega a una vida estoica en el trabajo agrícola, en compañía de la mujer amada. Pero esta vida, como en el contexto de haec mihi fingebam (1.5.35), no puede ser más que un ideal, una ilusión idílica desmentida por la verdadera situación personal del poeta. La domina es una puella que permanece en la ciudad, y sólo -como se verá en otras elegías- se aleja de ella para acompañar a un rico amante a su finca en viaje de placer, que cierra sus puertas al enamorado ( en contraposición con el feliz cobijo que une al feliz matrimonio rústico) quien no tiene más posibilidades que padecer los formonsae uincla puellae, una hermosa joven que, por lo demás, aborrece la pobreza. El poeta sueña, entonces, con su próxima muerte, algo que parece inevitable a corto plazo, dado sus intermina- bles padecimientos y su poco interés por acumular riquezas. La muerte justifica el llamado que se hace a gozar el amor: 52