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y lo exótico que antes mencionáramos. Hay, en la Roma del siglo I a.C., y particularmente en la Roma de César y Augusto, formas de concebir la realidad que reconocemos como nuestras, o al menos, como parte de nuestra historia e identidad. No obstante, se abre la fisura de la modernidad entre aquella Roma y nosotros, de modo tal que cualquier afirmación acerca de ese otro mundo debe ser correlacionada con su negación, con la posibilidad de que lo afirmado sea erróneo dado que se han hecho inferencias incorrectas, o se han introducido premisas ajenas al objeto en estudio. Cuando se habla en particular de la mujer, su conducta, su existencia y papel social, existen tendencias a asociar con demasiada rapidez modos de vida muy diferentes de los que creemos reconocer como propios. Si se toma una obra como Ars Amatoria de Ovidio, puede entreverse una parte de lo que pudo significar la «liberación femenina» de la época: mujeres consideradas - al mejor estilo arcaico - como presas de caza, reducidas a su función de agradar, de conseguir una vida aliviada a cambio de mostrarse hermosas y complacientes; mujeres que, indefectiblemente se recortan siem- pre sobre la sombra de la matrona, personaje de la Roma agrícola y fuerte figura en los tiempos de lucha por la expansión. No es erróneo señalar analogías entre lo que significó especialmente en Inglaterra el movimiento de liberación femenina en el marco de la moral victoriana, y la mujer del fin de la República envuelta en el filohelenismo imperante que reaccionaba contra el mos maiorum. Pero sería ilegítimo asociar esta mujer antigua con la de la edad industrial, los tiempos fabriles y la pobreza engendrada por el desarrollo tecnológico. Lainstrucción femenina, por ejemplo, pone una diferencia que no puede ser fácil de obviar. Parece, sin duda, exacto que especialmente a partir del gobierno de Julio César las mujeres gozaban de mayores posibilidades de instrucción, pero nunca alcanzaban la formación intelectual masculina, ni siquiera aquéllas que se nos dice que practicaban la poesía. Muy difícilmente hubieran podido estudiar en Atenas o en Alejandría como podía hacerlo un hombre. Las ironías de Catulo en un poema como el 34, con su Sapphica puella Musa doctior, bastan para tener una muestra de la situación. Algunas mujeres que nos testimonia la literatura - la Lesbia de Catulo, Cynthia de Propercio, y algunas otras - es probable que hayan leído poesía lírica, y que la hayan declamado y gustado, pero hay pocas señales de poesía femenina, y escasas posibilidades de 24