frente»,—me detendré un momento en la última frase.
Suele llamarse, en efecto, certidumbre absoluta á la matemática, pero es una frase hecha que data del Pulvis eruditas de los tiempos euclidianos; desde Gauss acá, y con los nuevos elementos aportados por «las tres geometrías», la expreión carece ya de valor. Por otra parte, el mismo célebre Postulado es una mera hipótesis, y nunca lo consideró de otro modo el geómetra griego; lo correcto sería, pues, decir que las conclusiones matemáticas son absolutamente exactas.
La certidumbre absoluta es, precisamente, indemostrable; y basta haber hojeado los «Primeros Principios», de Spencer, para convencerse de ello. Cuestión por una palabra mal empleada: pero son los rudimentos de filosofía que esos académicos no pueden desconocer.
La física, de la cual quieren «un curso vigoroso», había inspirado, dos páginas antes, este concepto metafórico: «Los conocimientos no se sedimentan sino cuando son infiltrados lentamente». Ahora bien, una cosa infiltrada ya no se sedimenta, y bastaba substituir el verbo rebelde por asimilar, que venía de cajón, para componer una frase exacta.
«Las universidades exigen alumnos de sólida instrucción formada dentro de poderosos proce-