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LA PRIMAVERA DE LA VIDA

I

Un mal día.

Tioma tiene ocho años. Está de pie ante una flor tronchada, sumido en el desconsuelo por el trance cruel en que se halla.

Habíase levantado algunos minutos antes, y después de rezar su oración cotidiana y de tomar el desayuno—una taza de te con dos trocitos de pan y manteca—, cumpliendo así todos sus deberes de niño bien educado, había salido a la terraza, después al jardín, sintiéndose alegre y dichoso. ¡Qué dulce ambiente el del jardín!... El pequeñuelo se pasea por sus hermosas avenidas, respirando la deliciosa frescura de la mañana estival, y mira en derredor suyo.

De súbito, el corazón del niño ha palpitado de alegría. ¡La flor favorita de papá, que él ha cuidado con cariño mucho tiempo, está abierta! Ayer mismo la examinó papá atentamente y dijo que no se abriría antes de ocho días. ¡Qué encanta-