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ble fundamento de la paz perpetua. En efecto, el uno falta a su deber con respecto al otro; pero este otro a su vez está animado de iguales intenciones para con el primero; por lo tanto, si se hacen mutuamente daño, es justo que se destruyan ambos. Sin embargo, la destrucción no es tanta que no queden siempre algunos, los bastantes para que el juego no cese y se perpetúe, dejando a la posteridad un ejemple instructivo. La providencia en el curso del mundo queda aquí justificada; pues el principio moral es, en el hombre, una luz que nunca se apaga, y la razón aplicada en la práctica a realizar la idea del derecho, de conformidad con el principio moral, aumenta sin cesar a compás de la creciente cultura, con lo cual aumenta asimismo la culpabilidad de quienes cometen esas transgresiones.

Lo que ninguna teodicea podría justificar, sería sólo el acto de la creación que ha llenado el mundo de seres viciosos y malignos-suponiendo que la raza humana no pueda mejorar nunca-.

Pero este punto de vista es para nosotros demasiado elevado y sublime: nosotros no podemos explicar en sentido teórico, la insondable potencia suprema con nuestros conceptos de lo que es la sabiduría. A tales consecuencias, desesperadas, somos forzosamente compelidos, si nos negamos a admitir que los principios puros del derecho poseen realidad objetiva; esto es, que pueden realizarse, y que, por consiguiente, el pueblo, en el Estado, y los Estados, en sus mutuas relaciones,