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dejando la casa vacía y metida a saco mano, dándonos de varadas, nos llevaron; y para que les avisase de la pesquisa que se hacía de aquel delito, dejaron allí a uno de sus compañeros. Y dándonos mucha prisa y varadas, lleváronnos fuera de camino por esos montes; yo, con el grän peso de tantas cosas como llevaba y con las cuestas de aquellas sierras y el camino largo, casi no había diferencia de mí a un muerto. Yendo así, vínome al pensamiento, aunque tarde, pero de veras, recurrir a la ayuda de la justicia para que, invocando el nombre del emperador César, me pudiese librar de tanto trabajo. Finalmente, como ya fuese bien claro el díe, pasando que pasábamos una aldea bien llena de gente, porque había allí feria aquel día, entre aquellos griegos y gentes que allí andaban quise invocar el nombre de Augusto César en lenguaje griego, que yo sabía bien, por ser mío de nacimiento. Y comencé valiente y muy claro a decir: "ho, ho"; lo otro que restaba del nombre de César nunca lo pude pronunciar. Los ladrones, cuando esto oyeron, enojados de mi áspero y duro canto, sacudiéronme tantos palos, hasta que dejaron el triste de mi cuero tal que aun para hacer cribas no era bueno. Al fin, Dios me deparó remedio no pensado, y fué éste: que como pasábamos por muchos casares y aldehuelas, vi un huerto muy hermoso y deleitable, en el cual, además de otras muchas hierbas, había allí rosas incorruptas y frescas con el rocío de la mañana. Yo, como las