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mejor; porque si matara a Fotis, por ventura también matara y acabara el remedio de mi salud. Así que, bajada mi cabeza y murmurando entre mí y disimulada esta temporal injuria, obedeciendo a mi dura y adversa fortuna, voyme al establo, donde estaba mi buen caballo que me había traído, donde asimismo hallé otro asno de mi huésped Milón, que estaba allí en el establo. Entonces yo pensaba entre mí que, si algún natural instinto o conocimiento tuviesen los brutos animades, aquel mi caballo tendría alguna compasión o conocimiento y me hospedaría y daría el mejor lugar del establo. Mas, ¡oh Júpiter hospedador! ¡Oh divinidad secreta de la fe! Aquel gentil de mi caballo y el otro asno juntaron las cabezas como que hacían conjuración para destruirme, temiendo que yo les comiese la cebada: apenas me vieron llegar al pesebre cuando, bajadas las orejas, con mucha furia me siguen echando pernadas, de manera que me hicieron apartar de la cebada, que poco antes yo había echado con estas manos a mi fiel servidor y criado. En esta manera, yo maltratado y desterrado, me aparté a un rincón del establo.