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—Así lo dices, amor falso y engañador; ¿quienes que yo misma, de mi propia gana, me ponga el hacha a mis piernas, que me las corte? Ahora que te tengo bien curado, que te guarde para las mozas de Tesa ia? Veamos: tú, hecho ave, ¿dónde te iré a buscar? Cuándo te veré?

Entonces yo respondí:

—¡Ah señora! Los dioses aparten de mí tan gran maldad, y como aunque yo volase por todo el cielo, más alto que un águila, y me hiciese Júpiter su escudero y mensajero, después de la dignidad y grandeza de mis plumas, ¿no tornaría muchas veces a mi nido? Yo te juro por este dulce trenzado de tus cabellos, con el cual ligaste mi corazón, que a ninguna de este mundo quiero más que a mi Fotis. Pero, además de esto, me ocurre una cosa al pensamiento: que después que me hayas untado y me tornare ave, yo te prometo apartarme de todas las casas, y también puedo decir: ¿qué enamorado tan hermoso y tan alegre es el buho para que las casadas lo deseen? Antes hay otra cosa peor que estas aves de la noche? Cuando pasan por alguna casa procuran de cogerlas, y vemos que las clavan a las puertas para que el mal agüero que con su desventurado volar amenazan a los moradores lo paguen ellas y se deshaga en su tormento. Pero lo que se me olvidaba de preguntar: Después que una vez me tornare ave, ¡qué tengo de hacer o decir para desnudarme aquellas plumas y tornarme Lucio?