menospreciaba amores y pláticas de mujeres casadas; ahora, con estos tus ojos resp'andecientes y tu rostro purpúreo y tus cabellos de oro y tu boca linda y pechos como el Sol relumbrantes, veo que me tienes como un ciervo preso y cautivo, queriéndolo yo, que ni curo de mi mujer e hijos, ni pienso en mi casa, pues ya a esta noche ninguna cosa prefiero ni antepongo.
Entonces, Fotis, respondió, diciendo:
—¡Cuánto querría yo, señor mío Lucio, enseñarte lo que deseas! Pero mi señora, por su envidia acostumbrada, siempre se aparta a solas y separada de la presencia de todos suele hacer los secretos de su magia; pero por tu amor pondría tu demanda a mi peligro; lo cual yo haré con diligencia, guardando el tiempo y lugar oportunos, con tal condición que, como te dije al principio, tú me des la fe de tener silencio a tan gran secreto.
En esta manera hablando y burlándose se incitó la gana de cada uno, y lanzadas las camisas que teníamos vestidas, tornamos a nuestros placeres, de los cuales y del velar ya fatigado me vino sueño a los ojos y dormí hasta que otro día amaneció.