—Gran temor y miedo tengo de descubrir los secretos de esta casa y revelar las cosas ocultas y encubiertas de mi señora; pero confiando en tu discreción, que demás de la nob'eza de tu generoso linaje y de tu alto ingenio, lleno y consagrado de religión, soy cierta que conoces la santa fe del silencio, en tal manera, que cualquier cosa que yo sometiere al claustro de tu religioso pe— cho, te ruego y suplico siempre la tengas y guardes, y lo que simple y arrebatadamente te digo, hazlo de remunerar con la tenacidad de tu silencio: porque la fuerza del amor que, más que ninguna de cuantas viven, te tengo, me compele a descubrirte este secreto. Ya sabes todo el estado de nuestra casa, y también sabrás los secretos maravillosos de mi señora, por los cuales le obedecen los muertos, las estrellas se turban, los dioses son apremiados, los elementos le sirven, y en cosa alguna tanto esfuerza la violencia de ésta su arte como cuando ve a algún mancebo gentilhombre que le agrada: lo cual suele acontecer a menudo, que aun ahora está muerta de amores por un mancebo hermoso y de buena disposición, contra el cual ejerce y apareja todas sus artes, manos y artillería. Oíle decir ayer, a vísperas, por estos mismos oídos, amenazando al Sol, que si presto no se pusiese y diese lugar a que la noche viniese para ejercer las cautelas de su arte mágica, que lo haría cubrir de una niebla obscura y que perpetuamente estuviese obscurecido. Este mozo que digo, viniendo allá anteayer
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