sa tú padezcas un tantico de enojo; y si alguna adversidad tú has de haber luego, la pague yo con mi propia sangre. Mas lo que a causa de otro a mí mandaron que hiciese, por mi desdicha y mala suerte se tornó y cayó en tu injuria.
Entonces yo, incitado de una familiar curiosidad, deseando saber la causa encubierta del hecho pasado, comienzo a decir:
—Este látigo, malo y falso, que me diste para que te azotase, antes morirá y lo haré pedazos que tocar con él en tu blanda y hermosa carne. Pero ruégote que con verdad me digas y cuentes en qué manera éste tu yerro se convirtió en mi daño; que por tu vida, que la quiero como la mía, a ninguno podría creer, ni a ti misma, aunque lo digas, que cosa alguna pensases contra mí en daño mío; pero los pensamientos sin malicia, si en contrario cuento sucedieren, no son de culpar ni echarlos a mala parte.
Con el fin de estas razones yo besaba los ojos de mi Fotis, que los tenía húmedos de lágrimas, medio cerrados y marchitos. Ella, con esta alegría recreada, díjome:
—Señor, te ruego que esperes; cerraré la puerta de la cámara por que no haya algún escándalo de las palabras que con nuestro placer hablaremos.
Y diciendo esto, echó la aldaba a la puerta, con su garabatillo bien afirmado, y tornada a mí, abrazándome con ambas manos, díjome con voz muy sutil y queda: