me por la mano para que nos fuésemos a bañar a unos baños que allí estaban cerca. Yo iba por la calle, escondiéndome de los ojos de quien encontrábamos, huyendo de la risa que yo mismo había fabricado, metido y encubierto a su lado; así que ni cómo me lavé ni me limpié, ni cómo torné a casa, con la gran vergüenza no me recuerdo, pero notado y señalado con los ojos, gestos y manos de todos, que casi sin alma estaba pasmado. Finalmente, que habiendo comido la pobre cenilla de Milón y tocado un paño de cabeza, por el gran dolor que en ella tenía, a causa de las muchas lágrimas que me habían salido, tomada fácilmente licencia me entré a dormir; y echado en mi cama, con mucha tristeza, recordábame de todas las cosas, cómo habían pasado, hasta tanto vino mi Fotis, que ya su señora era ida a dormir; la cual vino muy desemejada de como ella era: la cara no alegre, ni con habla graciosa, mas con mucha tristeza y severidad, arrugada la frente y temerosa, que no osaba hablar. Después que comenzó a hablar, dijo:
—Yo misma, de mi propia gana, confieso, yo misma digo que fuí causa de este enojo.
Y diciendo esto, sacó un látigo del seno, el cual me dió y dijo:
—Toma este látigo; ruégote que de esta mujer, quebrantadora de fe, tomes venganza, y aun si te pluguiere, cualquier otro mayor castigo que te pareciere; pero una cosa te ruego, creas y pienses, que no te di ni inventé este enojo, de mi gana, a sabiendas: mejor lo hagan los dioses que por mi cau-