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más que doblóseme la tristeza, porque al menos no me dejaban morir entero, sino despedazarme con tormentos; pero aquella vieja, que con sus plantos y lloros turbaba todo, dijo:

—Señores: antes que me pongáis en la horca a este ladrón, matador de mis tristes hijos, permitidme que sean descubiertos sus cuerpos muertos, que aquí están; porque contemplada y vista su edad y disposición, más justamente os indiguéis a vengar este delito.

A esto que la vieja dijo concedieron. Y luego uno de los jueces me mandó que con mi mano descubriese los muertos que estaban en el lecho. Yo, excusándome que no lo quería hacer, porque parecía que con la nueva demostración instauraba y renovaba el delito pasado, los porteros me compelieron que por fuerza y contra mi voluntad lo hubiese de hacer, y tomáronme la mano poniéndola sobre los muertos, para su muerte y destrucción; finalmente, que yo, constreñido de necesidad, obedecía a su mandato, y aunque contra mi voluntad, arrebatada la sábana, descubrí los cuerpos. ¡Oh buenos dioses! ¡Oh qué cosas vi! ¡Oh qué monstruo y cosa nueva! ¡Qué repentina mudanza de mi fortuna! Como quiera que ya estaba destinado y contado en poder de Proserpina, y entre la familia del infierno, súbitamente, atónito y espantado de ver lo contrario que pensaba, estuve fijos los ojos en tierra, que no puedo explicar con idóneas palabras la razón de aquella nueva imagen que vi. Porque los cuerpos de