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mi caso presente a la providencia de los dioses, alcé un poco la cabeza y veo a todo el pueblo que quería reventar de risa, y no menos a mi buen huésped y padre Milón, que se deshacía riendo. Entonces, cuando yo esto vi, comencé a decir entre mí:

—¡Mirad qué fe, mirad qué conciencia! Yo, por la salud de mi huésped, soy homicida y me acusan por matador; y él, no contento que aun siquiera por consolarme no está cerca de mí, antes está riendo de mi suerte.

CAPITULO II

Cómo estando Apuleyo aparejado para recibir sentencia, vino al teatro una mujer vieja llorando, la cual, con grande instancia, acusa de nuevo a Lucio, diciendo haber muerto a sus tres hijos; y cómo, alzando la sábana con que es aban cubiertos los cuerpos, pareció ser odres llenos de viento, lo cual movió a todos a gran risa y placer.

Estando en esto viene una mujer por medio del teatro, llorando con muchas lágrimas, cubierta de luto y con un niño en los brazos; tras de ella venía una vieja vestida de jerga y llorando como la otra, y ambas venían sacudiendo unos ramos de oliva. Las cuales, puestas en torno del lecho donde los muertos estaban cubiertos con una sá-