a otro que me mordía de los pies, le di por las espaldas; al tercero que con discreción vino contra mí, por los pechos, y así los despaché a todos tres. En esta manera, hecha y sosegada la paz, la casa de mi huésped y salud de todos defendida y amparada, no pensaba yo que me habían de dar pena, sino que era digno que públicamente fuese alabado: porque hasta hoy no se hallará que, en cosa alguna, yo haya hecho ni cometido crimen ni nunca de ello fuí acusado; antes, siempre fuí mirado y tenido en honra, y en mi tierra entre los míos siempre mi limpieza e inocencia antepuso a todo otro provecho y utilidad; ni puedo hallar qué razón haya para acusarme e tan justa venganza como fué la que hice contra unos ladrones tan malignos; mayormente, que nadie podrá mostrar que entre nosotros hubiese precedido enemistad antes de ahora, ni que yo los conociese ni hubiese visto en toda mi vida; cuanto más, que no se podría mostrar alguna cosa para robarles, por codicia de la cual se crea haber cometido tan gran crimen.
Habiendo hablado de esta manera, los ojos llenos de lágrimas, las manos alzadas, rogando, ora a éstos, ora a aquéllos, suplicaba por pública misericordia y por la caridad y amor de sus hijos. Y como yo creyese que ya todos, por su humanidad estaban conmovidos, habiendo mancilla de mis lágrimas, comencé a protestar y traer por testigos a los ojos del Sol y de la justicia, a quien nada se puede esconder, y encomendando