cruelísimos ladrones que intentaban entrar en casa y procuraban con toda diligencia de quebrar las puertas y arrancarlas de los quicios, rompiendo las cerraduras con que estaban cerradas, deliberando y determinando ya consigo cómo ellos habían de matar a los que dentro moraban; de los cuales ladrones el más principal, así en cuerpo como en fuerzas, incitaba a los otros con estas y otras palabras: "Ea, mancebos, con esfuerzos de muy valientes hombres y alegres corazones, asaltemos a estos que duermen; apartad de vosotros toda pereza y tardanza; con las espadas en las manos andemos matando por toda la casa; el que halláremos durmiendo, muera luego; el que se defendiere, herirle reciamente, y así nos iremos en salvo si ninguno dejáremos vivo en casa." Yo, señores, confieso que, pensando hacer oficio de buen ciudadano, y también temiendo no hiciesen mal a mis huéspedes y a mí, con mi espada, que para semejantes peligros traía conmigo, salté sobre ellos por espantarlos y hacerlos huir. Ellos, como hombres bárbaros y crueles, no quisieron huir, antes, aunque me vieron con la espada en la mano, pusiéronse con grande audacia en gran resistencia, hasta que la batalla se partió en dos partes, y el capitán o alférez de ellos, con mucha valentía, arremetió conmigo; con ambas manos trabóme de los cabellos, y volviéndome la cabeza atrás, quería darme con una piedra; y en tanto que gritaba pidiendo a otro que le diese la piedra, dile una estocada, que luego cayó muerto;
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