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nera que purgan la ciudad cuando hay algunas malas señales o agüeros, que traen la víctima o animal que han de sacrificar por las calles y rincones de las plazas, así, después de haberme traído por cada rincón de la plaza, pusiéronse delante de la silla de los jueces, que era un cadalso muy alto, donde estaban sentados. Ya el pregonero de la ciudad pregonaba que todos callasen y tuviesen silencio, cuando todos a una voz dicen que por la muchedumbre de la gente, que peligraba por la gran estrechura y apretamiento del lugar, y que este juicio se fuese a juzgar al teatro. Y luego, sin más tardanza, todo el pueblo fué corriendo al teatro, que en muy poco tiempo fué lleno de gente, de manera que las entradas y los tejados todo estaba lleno: unos estaban abrazados a las columnas; otros, colgados de las estatuas; otros, a las ventanas y azoteas, medio asomados, tanto, que con la mucha gana que tenían de ver, se ponían a peligro de su salud. Entonces lleváronme por medio del teatro los hombres de pie de la justicia, como a una víctima que quieren sacrificar, y pusiéronme delante del asentamiento de los jueves. El pregonero, a grandes voces, comenzó otra vez a pregonar, llamando al acusador, el cual, citado, se levantó un viejo para acusarme, y para el espacio o término de su acusación o habla pusieron allí un reloj de agua, que es un vaso sutilmente horadado, a manera de coladera, y echando agua en aquél, gotea poco a poco. Echáronle agua y comenzó el viejo a hablar al pueblo de esta manera: