cipal profeta, el cual se comprometió conmigo por cierto precio a hacer salir de los infiernos el espíritu de este difunto y animar este cuerpo después del paso de la muerte.
Y como el viejo esto dijo, llamó allí en medio de todos a un mancebo vestido de lienzo blanco y calzados unos alpargates y la cabeza casi rapada, al cual besaba la mano muchas veces, hincándose de rodillas delante de él y diciendo:
—¡Oh sacerdote! Ten piedad de mí, por las estrellas del cielo y por los dioses de la tierra, por los elementos de Natura, por el silencio de la noche, por el crecimiento del Nilo y por la munición y reparo hecho por las golondrinas al crecimiento de este río cerca del castillo de Copto, y por los secretos de Menfis, y por la trompa de la diosa Isis, que desea este mi sobrino vivir brevemente, y a los ojos que ya son para siempre cerrados dales una poca de lumbre; no te ruego yo esto para negar a la tierra lo que es suyo; mas para solaz de nuestra venganza, te pido un poco espacio de vida. El profeta, de esta manera aplacado, tomó una cierta hierba y de ella puso tres ramos en la boca del muerto y otro en el pecho; y vuelto hacia Oriente, donde es el crecimiento del Sol, comenzó entre sí a rezar, y con aquel aparato venerable convirtió a sí a todos los que allí estaban por ver un tan grande milagro. Yo metíme en medio de la gente y detrás del túmulo, subíme encima de una piedra que estaba un poco alta, desde donde con