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—¿Qué cosa es ésta? ¿Suelen aquí huir los muertos?

Respondióme aquél:

—Calla, que bien parece que eres mozo y extranjero, y por eso no sabes que estás en medio de Tesalia, donde las mujeres hechiceras cortan con los dientes las narices y orejas de los muertos, en cada parte, porque con esto hacen sus artes y encantamientos.

Yo le dije entonces:

—Dime, por tu vida, ¿y qué guarda es ésta de los difuntos?

El me respondió:

—Primeramente, toda la noche ha de velar muy bien, abiertos los ojos y siempre puestos en el cuerpo del difunto, sin jamás mirar a otra parte, ni solamente volver los ojos, porque estas malas mujeres, convertidas en cualquier animal que ellas quieren, en volviendo la cara, luego se meten y esconden, que, aunque fuesen los ojos del Sol y de la justicia, los engañarían; que una vez se tornan aves y otra vez perros y ratones, y luego se hacen moscas, y cuando están dentro, con sus malditos encantamientos oprimen y echan sueños a los que guardan; de manera que no hay quien pueda contar cuántas maldades estas malas mujeres, por su vicio y placer, inventan y hallan, y por este tan mortal trabajo, no dan de salario más de cuatro o seis ducados de oro, poco más o menos. ¡Oh, oh!, y lo que principalmente se me olvidaba: si alguno de estos que guardan no restituye el cuerpo en-