—Antes te ruego, mi Theleforon, que no te vayas; siéntate un poco y por cortesía, que nos cuentes aquella historia que te aconteció, porque este mi hijo Lucio goce de oír tu graciosa fábula.
El respondió:
—Señora, tú me ruegas, como noble y virtuosa; pero no es de sufrir la soberbia y necedad de algunos hombres.
De esta manera Thele foron enojado, Birrena con mucha instancia le rogaba y juraba por su vida que, aunque fuese contra su voluntad, se lo contase y dijese. Así que él hizo lo que ella mandaba, y cogidos los manteles sobre la mesa, puso el codo encima, y con la mano derecha, a manera de los que predica señalando con los dos dedos, los otros dos cerrados y el pulgar un poco alzado, comenzó y dijo:
—Siendo yo huérfano de padre y madre partí de Mileto para ir a ver una fiesta olimpia, y como of decir la gran fama de esta provincia, deseaba verla. Así que, andada y vista por mí toda Tesalia, llegué a la ciudad de Larisa, con mal agüero de aves negras, y andando, mirando todas las cosas de allí, ya que se me enflaquecía la bolsa, comencé a buscar remedio de mi pobreza, y andando así veo en medio de la plaza un viejo alto de cuerpo encima de una piedra, que, a altas voces, decía:
—Si alguno quisiere guardar un muerto, véngase conmigo en el precio.
Yo pregunté a uno de los que pasaban: