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do vienen mercaderes romanos; tanta seguridad y reposo para los extranjeros como tendrían en su casa. Basta decir que somos el retiro y reposo de placeres para todos los de otras provincias que aquí vienen.

A esto yo respondí:

—Por cierto, señora, dices verdad, que yo nunca me hallé más libre en parte ninguna como aquí. Pero cierto, tengo miedo de las inevitables y ciegas obscuridades del arte mágica, que he oído decir que aquí aun los muertos no están seguros en sus sepulcros; porque de allí sacan y buscan ciertas partes de sus cuerpos y cortaduras de uñas para hacer mal a los vivos, y que las viejas hechiceras, en el momento que alguno muere, en tanto que le aparejan las exequias, con gran celeridad previenen su sepultura para tomar alguna cosa de su cuerpo.

Diciendo yo esto, respondió otro que allí estaba:

—Antes digo que aquí tampoco perdonan a los vivos, y aun no sé quién padeció lo semejante, que tiene la cara cortada, disforme y fea por todas partes.

Como aquel dijo estas palabras, comenzaron todos a dar grandes risas, volviendo las caras y mirando a uno que estaba sentado al canto de la mesa; el cual, confuso y turbado de la burla que los otros hacían de él, comenzó a reñir entre sí, y como se quiso levantar para irse, díjole Birrena: