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voy sin compañía, que mi espada llevo debajo de mí, que es ayuda de mi salud.

Con esto me despedí y fuí a la cena, donde hallamos otros convidados, que, como aquélla era dueña principal y flor de la ciudad, el convite era bien acompañado y suntuoso. Allí había las mesas ricas de cedro y de marfil cubiertas con paños de brocado; muchas copas y tazas de diversas formas, pero todas de muy gran precio; las uras eran de vidrio, artificiosamente labrado, otias de cristal pintado, otras de plata y de oro resplandeciente, otras de ámbar, maravillosamente cavado, y todas adornadas de piedras preciosas, que ponían gana de beber; finalmente, que todo lo que parece que no puede er allí lo había; los pajes y servidores de la mesa eran muchos y muy bien ataviados; los manjares eran en abundancia y muy discretamente administrados; los pajes, en cabello y vestidos hermosamente, traían aquellas copas hechas de piedras pre ciosas con viño añejo, muy fino y mucho.

Ya traídas a la mesa velas encendidas, comenzó a crecer el hablar entre los convidados y el burlar y reír y motejar unos de otros. Entonces Birrena me preguntó, diciendo:

—¿Cómo te va en esta nuestra tierra? Que cierto, a cuanto yo puedo saber, en templos y baños y otros edificios precedemos a todas las otras ciudades. Además de esto, somos ricos de alhajas de casa. Aquí hay mucha libertad y seguridad; hay grandes negociaciones y mercaderías, cuan-