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der lo nuestro, delante de estos ojos, mataron a un hermano mío que había nombre Arignoto.

Estando hablando estas cosas, aquel sabio enojado y triste, Cerdón, el negociante, tomó sus dineros, que había sacado para pagarle su adivinanza y huyó entre la gente; finalmente, Diófanes, tornado en sí, sintió la culpa de su necedad, mayormente que vió que todos los que estábamos alrededor nos reíamos de él, pues que conocía el hado de los otros y no el de su hacienda.

—Pero tú, señor Lucio, ¿crees que aquel sabio dijo verdad a ti sólo más que a otro? Dios te dé buenaventura y que hagas buen viaje.

Milón tardaba tanto en contar estas patrañas, que yo entre mí me deshacía todo y me enojaba conmigo mismo, que de mi gana había dado causa de poner a Milón en oportunidad de contar fábulas: por lo cual yo había perdido de gozar buena parte de la noche de placer que esperaba. Finalmente, tragada la vergüenza, dije a Milón:

—Allá se lo haya Diófanes, pase su fortuna, y si quiere torne otra vez a dar a la mar y a la tierra lo que despojare y robare a los pueblos; pero como aun estoy fatigado del camino de ayer, dáme licencia que me vaya temprano a dormir.

Y diciendo esto, fuime de allí y entréme en mi cámara, adonde yo hallé bien aparejado de cenar.

Asno de oro
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