dón de la adivinación que le había hecho, he aquí súbitamente un mancebo de los principales de la ciudad le tomó de la falda por detrás, y como aquel sabió volvió la cabeza, abrazólo y besólo. El sabio, como lo vió,, hízolo sentar cerca de sí, y atónito de la repentina vista de aquel su amigo, no recordándose del negocio que tenía entre manos, dijo al mancebo:
—¡Oh deseado de muchos tiempos! ¿Cuándo eres venido?
Respondió él:
—Si os place, ayer tarde; pero tú, hermano, dime también cómo te aconteció cuando navegaste de la isla de Eubea. ¿Cómo te fué por mar y por tierra?
A esto respondió aquel Diófanes, sabio muy señalado, que estaba privado de su memoria y fuera de sí:
—Nuestros enemigos y adversarios caían en tanta ira de los dioses y tan gran destierro, que fué más que el de Ulises. Porque la nave en que veníamos fué quebrada con las ondas y tempestades de la mar y perdido el gobernalle, y el piloto apenas llegó con nosotros a la ribera de la mar, y allí se hundió, donde perdido cuanto traíamos, nadando escapamos. Después, salidos de este peligro, todo lo que de allí sacamos y lo que nos habían dado, así los que no nos conocían, por mancilla que habían de nosotros, como lo que los amigos por su liberalidad, todo nos lo robaron los ladrones, a los cuales, resistiendo por defen-