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dome cuanto podía de la vista de Pánfila, su mujer; porque recordándome del aviso de Birrena, con temor me parecía que, mirando en su cara miraba en la boca del infierno; pero miraba muchas veces a mi amada Fotis, que andaba sirviendo a la mesa, y en ésta recreaba mi ánimo. En esto, como vino la noche y encendieron candelas, la mujer de Milón dijo:

—¡Cuán grande agua hará mañana!

El marido le preguntó que cómo sabía ella aquéllo. Respondió que la lumbre se lo decía. Entonces Milón rióse de lo que ella decía, y burlando de ella, dijo:

—Por cierto, la gran sibila profeta mantenemos en este candil, que todos los negocios del cielo y lo que el Sol ha de hacer se ven en el candelero.

Yo entremetíme a hablar en sus razones, diciendo:

—Pues sabed que éste es el principal experimento de esta adivinación, y no os maravilléis, porque como quiera que éste es un poquito de fuego encendido por manos de hombres, pero recordándose de aquel fuego mayor que está en el cielo, como de su principio y padre, sabe lo que ha de hacer en el cielo, y así nos lo dice acá y anuncia por este presagio o adivinanza. Yo vi en Corinto, antes que de allá partiese, un sabio, que allí es venido, que toda la ciudad se espanta de sus respuestas maravillosas que da a lo que le preguntan, y por un cuarto que le dan