do esto, abracéla reciamente y comencéla a besar; ya que ella estaba encendida en la igualdad del amor conmigo, ya que yo le conocía que con su boca y lengua olorosa ocurría a mi deseo y que también quería ella como yo, díjele:
—¡Oh señora mía!, yo muero, y más cierto puedo decir que soy muerto, si no has merced de mí.
A esto ella, besándome, respondió:
—Está de buen ánimo, que yo te amo tanto como tú a mí; y no se dilatará mucho nuestro placer, que a prima noche yo seré contigo en tu cámara: anda, vete de aquí y apareja, que toda esta noche entiendo pelear contigo.
Así que con estas palabras y burletas nos partimos por entonces. Después, ya casi era mediodía, Birrena me envió un presente de media docena de gallinas y un lechón y un barril de vino añejo fino. Yo llamé a mi Fotis y díjele:
—Ves aquí, señora, el dios del amor e instrumento de nuestro placer, que viene sin llamarlo, de su propia gana; bebámoslo, sin que gota quede, porque nos quite la vergüenza y nos incite la fuerza de nuestra alegría, que ésta es la vitualla o provisión que ha menester el navío de Venus: conviene a saber, que, en la noche sin sueño, abunde en el candil aceite y vino en la copa.
Todo lo otro del día que restaba, gastamos en el baño, y después en la cena; porque a ruego del bueno de Milón, mi huésped, yo me senté a cenar a su pequeña y muy breve mesilla, guardán-