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res halagos de aquella Panfilia mujer de ese tu huésped Milón: cuanto a lo primero, ella es gran mágica y maestra de cuantas hechiceras se pueden creer, que con cogollos de árboles y pedrezuelas y otras semejantes cosillas, con ciertas palabras hace que esta luz del día se torne en tinieblas muy obscuras y del todo se confunda la mar con la tierra. Y si ve algún gentilhombre que tenga buena disposición, luego se enamora de su gentileza y pone sobre él los ojos y el corazón: comiénzale a hacer regalos, de manera que le enlaza el ánima y el cuerpo que no puede desasirse. Y después que está harta de ellos, si no hacen lo que ella quiere, tórnalos en un punto piedras y bestias o cualquier otro animal que ella quiere; otros, mata del todo; y esto te digo temblando, porque te guardes que ella ame fuertemente, y tú como eres mozo y gentil hombre, agradarle has.

Esto me decía Birrena, con harta congoja y pena. Yo, cuando oí el nombre de la Magia, como estaba deseoso de la saber, tanto me escondí de la cautela o arte de Panfilia, que antes yo mismo me ofrecí de mi propia gana a su disciplina y magisterio, queriendo en un salto lanzarme en el profundo de aquella ciencia. Así que con la más prie sa que pude, alterado de lo que me había dicho, despedíme de mi tía, soltándome de su mano como de una cadena y diciendo:

—Señora, con vuestra merced, yo me voy corriendo a la posada de Milón.