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medio de Tesalia, adonde por todo el mundo es fama que hay muchos encantamientos de arte mágica; también consideraba aquella fábula de Aristómenes mi compañero, la cual había acontecido en esta ciudad. Y con esto andaba curioso, atónito, escudriñando todas las cosas que oía. Y no había otra cosa en aquella ciudad que, mirándola, yo creyese que era aquello que era; mas parecíame que todas las cosas con encantamientos estaban tornadas en otra figura: las piedras, hallaba que eran endurecidas de hombres; las aves que cantaban, asimismo de hombres convertidas; los árboles, que eran los muros de la ciudad, por semejante eran tornados; las aguas las fuentes, que eran sangre de cuerpos de hombres: pues ya las estatuas e imágenes parecían que andaban por las paredes, y que los bueyes y animales hablaban y decían cosas de presagios o adivinanzas. También me parecía que del cielo y del Sol había de ver alguna señal. Andando así atónito, con un deseo que me atormentaba, no hallando comienzo ni rastro de lo que yo codiciaba, andaba cercando y rodeando todas las cosas que veía; así que andando con este deseo, mirando de puerta en puerta, súbitamente, sin saber por dónde andaba, me hallé en la plaza de Cupido; y he aquí dónde veo venir una dueña bien acompañada de servidores y vestida de oro y piedras preciosas, lo cual mostraba bien que era una mujer honrada; venía a su lado un viejo ya grave en edad, el cual, luego que me miró, dijo: