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nerar ni agradecerle tantos beneficios y mercedes como de él había recibido. Finalmente, que a cabo de gran rato que pasamos en referir las gracias y ofrecimientos, nos partimos. Yo a poco tiempo aderecé mi camino para tornar a ver la casa de mis padres. Así que, ya pasados algunos días, por aviso y mandado de la gran diosa, hice liar prestamente mi hacienda, y entrando en la nao tomé el camino hacia Roma, y navegando con favor y prosperidad de los vientos que nos traía, muy presto tomé puerto. De allí por tierra subí en un carro y llegué a esta sacrosanta ciudad a doce días del mes de diciembre, adonde no tuve otro mayor cuidado, como llegué, sino cada día irme a rezar y orar a la gran majestad de la reina Isis, al templo donde con gran veneración se adora, que se llama Campense, tomando el nombre del sitio donde está edificado, así que yo era orador continuo de aquel templo. Y aunque nuevamente venido, era casi nacido en la religión; he aquí dónde, pasado el Sol por los doce signos del cielo, había cumplido un año, y el cuidado de la diosa que bien me quería tornó de nuevo a interrumpir mi descanso y reposo, diciéndome en sueños que otra vez aparejase para limpiarme y ordenar y para entrar en la religión. Yo estaba maravillado qué cosa podía ser aquélla, si por ventura no era bien ordenado y me faltaba algo.

En tanto que yo tenía este religioso escrúpulo cerca de mi pensamiento y disputaba en él así entre mí como también comunicándolo con los