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los hombres, así en la mar como en la tierra, y apartados los peligros de esta vida, les das tu diestra saludable, con la cual haces y desatas los torcidos lazos y nudos ciegos de la muerte, y amansas las tempestades de la fortuna, refrenas los variables cursos de las estrellas: los cielos te honran, la tierra y abismos te acatan. Tú traes la redondez del cielo, tú alumbras el Sol, tú riges el mundo y huellas el infierno; a ti responden las estrellas, y en ti tornan los tiempos; tú eres gozo de los ángeles; a ti sirven los elementos; por tu consentimiento espiran los vientos y se crían las nubes, nacen las simientes, brotan los árboles y crecen las sembradas; las aves del cielo y las fieras que andan por los montes, las serpientes de la tierra y las bestias de la mar temen tu majestad. Yo, señora, como quiera que para alabarte soy de flaco ingenio y para sacrificarte pobre de patrimonio, y que para decir lo que siento de tu majestad no basta facundia de habla, mil bocas, ni otras tantas lenguas, ni aunque perpetuamente mi decir no cansase; pero en lo que solamente puede hacer un religioso, aunque pobre, me esforzaré que todos los días de mi vida contemplaré tu divina cara y santísima deidad, guardándola y adorándola dentro del secreto de mi corazón."

De esta manera, habiendo hecho mi oración a la gran diosa, abracé al sacerdote Mitra, padre mío, y colgado de su pescuezo, dándole muchos besos, le mandaba perdón, porque no podía remu-