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mismo cuánto era lo que se habría de gastar en el aparato de los oficios y ceremonias, y cómo aquel su principal sacerdote, que Mitra se llamaba, me había de ayuntar a la compañía sagrada de las estrellas, señalándome ministro de la santa religión. Yo, cuando oí estas razones y otras semejantes palabras de aquella gran diosa, recreado en mi corazón, cuasi aun no era bien de día, cuando muy presto me fuí a la celda del sacerdote. Y yo que llegaba a la puerta, si os place el que salía, díle los buenos días, y con mayor instancia y ahinco que salía, pensaba decirle que tuviese ya por bien de recibirme al servicio y deuda que debía su religión; el sacerdote, luego que me vió, antes que nada le dijese, comenzó en esta manera:

"¡Oh, Lucio! Tú eres dichoso y bienaventurado, pues que por su propia voluntad nuestra diosa santa te ha juzgado y escogido por hombre digno para su servicio; así que, pues esto así es, por qué te tardas y no despachas presto? Este es aquel día que tú mucho deseabas, en el cual por estas mis manos tú seas ordenado para los purísimos secretos de esta diosa y de su santa religión."

Diciendo esto aquel viejo honrado, tomóme con su mano derecha y llevóme muy presto a las puertas del magnífico templo, las cuales abiertas con aquella solemnidad y rito que conviene, acabado el sacrificio de la mañana, sacó de un lugar secreto del templo ciertos libros escritos de le-