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mano, para llevarme, y porque me tardaba y honestamente me excusaba, díjome:

—Cierto no iré de aquí si no vas conmigo, lo cual juro.

Yo, viendo su porfía, aunque contra mi voluntad, me hubo de llevar a aquella su mesilla, donde me hizo sentar y luego me preguntó:

—¿Cómo está mi amigo Demeas? ¿Cómo están su mujer y hijos y criados?

Yo contéle de todo lo que me preguntaba. Asimismo me preguntó ahincadamente la causa de mi camino, la cual, después que muy bien le relaté, empezóme a preguntar de la tierra y del estado de la ciudad, y de los principales de ella, y quién era el gobernador; así que, después que me sintió estar fatigado de tan luengo camino y de tanto hablar y que me dormía, que no acertaba en lo que decía, tartamudeando en las palabras, medio dichas, finalmente concedió que me fuese a dormir. Plugo a Dios que ya escapé del convite hambriento y de la plática del viejo rancioso y parlero, más hambriento de sueño que harto del manjar. Habiendo cenado con solas sus parlas, entréme en la cámara y echéme a dormir.