cerdotes adoraron y honraron tan evidente potencia de la gran diosa, y la magnificencia semejante a la revelación de la noche pasada, y la facilidad de esta mi reformación, y alzando las manos al cielo todos a una voz testificaban y decían este tan ilustre beneficio de su diosa. Yo, espantado y como pasmado, estaba quedo y callando, revolviendo en mi corazón tan repentino y tan gran gozo, que no cabía en mí, pensando qué era lo primero que principalmente había de comenzar a hablar, de dónde había de tomar exordio y comienzo de la nueva voz; con qué palabras podría ahora la lengua, otra vez nacida, comenzar con mejor dicha; con cuáles y cuántas palabras yo podría hacer gracia a tan gran diosa; pero el sacerdote, que por la divina revelación estaba informado de todos mis trabajos y penas desde el principio, como quiera que él también estaba espantado, hizo señal y mandó que primeramente me diesen una vestidura de lino con que me cubriese, porque yo, luego que vi que el asno me había despojado de aquella cobertura bruta y nefanda, apretadas las piernas estrechamente y puestas las manos encima, según que convenía a hombre desnudo, tapaba mis vergüenzas con natural cobertura. Entonces, uno de la compañía de aquella religión prestamente desnudóse la ropa que traía él encima de todo y cubrióme, lo cual así hecho, el sacerdote, con cara alegre y cierto asaz humanamente, estando atónito de verme en
Página:La metamorfosis o El asno de oro (1920).pdf/370
Esta página ha sido corregida
366