Yo mostré un vejezuelo que estaba sentado en un rincón; el cual, con voces ásperas como a su oficio convenía, comenzó a maltratar al viejo, diciendo:
—Ya, ya, vosotros ni perdonáis a nuestros amigos ni a los huéspedes que aquí vienen, porque vendéis el pescado podrido por tan grandes precios y hacéis con vuestra carestía que una ciudad como ésta, que es la flor de Tesalia, se torne en un desierto y soledad; pero no lo haréis sin pena, a lo menos en tanto que yo tuviere este cargo: yo mostraré en qué manera se deben castigar los malos.
Y arrebató la espuerta, y derramada por tierra, hizo a un su oficial que saltase encima y lo rehollase bien con los pies. Así que mi amigo Pithias, contento con este castigo, dijo que me fuese, diciendo:
—Lucio, bien me basta la injuria que hice a este vejezuelo.
Esto hecho y enfadado y malcontento voime al baño, sin cena y sin dineros, por el buen consejo de aquel discreto de Pithias mi compañero; así que después de lavado tornéme a la posada de Milón y entréme en mi cámara; y luego vino Fo tis y díjome:
—Ruégote, señor, que vayas allá.
Yo, conociendo la miseria de Milón, excuséme blandamente, diciendo que la fatiga del camino más necesidad tenía de sueño que no de comer.
Como él oyó esto, vino a mí y tomóme por la