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de la religión; mas poco a poco, tardándome, con la cara alegre y el paso como hombre de seso, bajando el cuerpo, dándome lugar el pueblo, por la gracia de la diosa, lleguéme muy pasito. Entonces el sacerdote, siendo ya amonestado y avisado por el sueño y visión de la noche pasada, según que del mismo negocio yo pude conocer, maravillándose asimismo cómo todo aquello concordaba con lo que le había sido revelado, luego estuvo quedo, y de su propia gana tendió su mano a mi boca y me dió la corona de rosas. Entonces yo, temblando y dándome el corazón muchos saltos en el cuerpo, llegué a la corona, la cual resplandecía tejida de rosas delicadas y muy frescas, y tomándolas con mucha gana y deseo, deseosamente la tragué. No me engañó el prometimiento celestial, porque luego, a la hora, se me cayó aquel diforme y fiero gesto asno. Primeramente los pelos duros se me quitaron, y después el cuero grueso se adelgazó; el vientre, hinchado y redondo, se asentó; las plantas de los pies, que estaban hechas uñas, se tornaron dedos; las manos ya no eran como antes, y se levantaron derechas para muy bien hacer su oficio; la cerviz alta y grande se achicó; la boca y la cabeza se redondeó; las orejas, grandes y enormes, se tornaron a su primera forma, y también los dientes, como de piedra, tornaron a ser menudos, como de hombre; la cola, que principalmente me apenaba, pareció. quellas gentes y el pueblo que allí estaba se maravillaron todos; los sa-