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plandor de su propia lumbre. He aquí dónde vienen delante de la procesión, poco a poco, muchas manera de juegos muy hermosamente adornados, así en las voces como en los otros actos y gestos. Uno venía en hábito de caballero, ceñido con su banda; otro vestida su vestidura y zapatos de caza, con un venablo en la mano, representando un cazador; otro vestido con una ropa de seda y chapines dorados y otros ornamentos de mujer, con una cabellera en la cabeza, andando pomposamente, mintiendo con su gesto persona de mujer; otro iba armado con quijote y capacete y barbera y con su broquel en la mano, que parecía salía del juego de la esgrima; no faltaba otro que le seguía, vestido de púrpura y con insignias de senador, y tras éste, otro, con su bordón, esclavina y alpargates y con sus barbas de cabrón, representaba y fingía de persona de filósofo; otro iba con diversas cañas, la una para cazar aves con visco, y otra para pescar con anzuelo. Además de esto vi asimismo que llevaban una osa mansa, sentada en una silla y vestida en hábitos de mujer casada y honrada; otro llevaba una mona con un sombrerete velloso en la cabeza, vestida con un sayo amarillo, con una capa de oro, que parecía a Ganimedes, aquel pastor troyano que Júpiter arrebató para su servicio; tras esto vi que iba allí un asno con alas, que representaba aquel caballo Bellerofonte, de él andaba un viejo, que podía decir, quien lo cerca