cho de tan clara presencia de esta diosa poderosa, y rociándome con el agua de la mar, estando muy atento a sus grandes mandamientos, recolegía entre mí la orden de su monición. En esto no tardó mucho que el Sol dorado salió, apartando las tinieblas de la noche obscura, y llegándome a la ciudad, yo vi que la gente y pueblo de ella henchían todas las plazas en hábito religioso y triunfante, con tanta alegría, que además del placer que yo tenía, me parecía que todas las cosas se alargaban en tal manera, que hasta los bueyes y brutos animales y todas las cosas y aun el mismo día, sentía yo que con alegres gestos se gozaban, porque el día sereno y apacible había seguido a pluvia que otro día antes habí hecho. En tal manera, que los pajaritos y avecillas, alegrándose del vapor del verano, sonaban cantos muy dulces y suaves, halagando blandamente a la madre de las estrellas, principio de los tiempos, señora de todo el mundo. ¿Qué puedo decir sino que los árboles, así los que dan fruto como los que se contentan con solamente su sombra, meneando y alzando las ramas, con el viento austro, se reían y alegraban con el nuevo nacimiento de sus hojas y con el manso movimiento de sus ramos chiflaban y hacían un dulce estrépito? El mar, amansado de la tormenta y tempestad, y depuesto el rumor e hinchazón de las ondas, estaba templado y con muy grandísimo reposo. El cielo, habiendo lanzado de sí las obscuras nubes, relumbraba con la severidad y rés-
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