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que vives, lo debes, con mucha razón, a aquella por cuyo beneficio tornas a estar entre los hombres. Tú vivirás bienaventurado y vivirás glorioso, sin amparo y tutela, y cuando vivieres, acabado el espacio de tu vida, y entrares en el infierno, allí en aquel soterraño medio redondo, me verás que alumbro a las tinieblas del río Aqueronte y que reino en los palacios secretos del infierno; y tú, que estarás y morirás en los Campos Elíseos, muchas veces me adorarás como a tu abogada propia. Además de esto, sepas que si con servicios continuos, actos religiosos y perpetua castidad, merecieres mi gracia, yo te podré alargar, y a mí solamente conviene prolongarte la vida, allende el tiempo constituído a tu hado.

En esta manera acabada la habla de esta venerable visión, desapareció delante de mis ojos, tornándose en sí misma.

CAPITULO II

En el cual se describe, con muy grande elocuencia, una solemne procesión que los sacerdotes hicieron a la Luna, en la cual procesión el asno apañó las rosas de las manos del gran sacerdote, y comidas, se volvió hombre.

No tardó mucho que yo, despierto de aquel sueño, me levanté con un pavor y gozo, y asimismo mezclado de un gran sudor, maravillándome mu-