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y tormenta de la mar, estando ya manso para navegar, los sacerdotes de un templo me sacrificaban una barca nueva, en señal y primicia de su navegación. Esta mi fiesta y sacrificio no la debes de esperar con pensamiento profano y solícito, porque por mi aviso y mandado el sacerdote que fuere en esta procesión y pompa llevará en la mano derecha, colgando del instrumento, una guimalda de rosas; así que tú, sin empacho ni tardanza, alegre, apartando la gente, llégate a la procesión confiando en mi voluntad, y blandamente, como que quieres llegar a besar la mano al sacerdote, morderás en aquellas rosas, las cuales, comidas luego, yo te desnudaré del cuero de esta pésima y detestable bestia, en que ha tantos días que andas metido; y no temas cosa alguna de lo que te digo, diciendo que es cosa ardua y difícil, porque en este mismo monte que estoy aquí y me ves presente, apercibo asimismo y mando en sueños al sacerdote lo que ha de hacer en prosecución de lo que te digo, y por mi mandado el pueblo, aunque esté muy apretado, se apartará y te dará lugar; y ninguno, aunque esté entre las alegres ceremonias y fiestas, se espantará en ver esta cara diforme que traes, ni tampoco acusará maliciosamente ni interpretará en mala parte que tu figura súbitamente sea tornada en hombre. De una cosa te acordarás y tendrás siempre escondida en lo íntimo de tu corazón: que todo el tiempo de tu vida que de aquí adelante vivieres, hasta el último término de ella, todo aquello