que resplandecía la obscuridad de ella, la cual traía cubierta y echada por debajo del brazo diestro, al hombro izquierdo, como un escudo pendiendo con muchos pliegues y dobleces.
Era esta ropa bordada alrededor con sus trenzas de oro, y sembrada toda de unas estrellas muy resplandecientes, en medio de las cuales la Luna de quince días lanzaba de sí rayos inflamados; y como quiera que esta ropa la cercaba pendiendo de toda parte y tenía la corona ligada con ella, adornada de muchas flores, manzanas y otras frutas, pero en la mano tenía otra cosa muy diversa de lo que habemos dicho; porque ella tenía en la mano derecha un pandero con sonajas de alambre, atravesadas por medio con su vírgulas, y con un palillo dábale muchos golpes, que lo hacía sonar muy sabrosamente; en la mano izquierda traía un jarro de oro, y del asa del jarro, que era muy linda, salía una serpiente, que se llamaba Aspis, alzando la cabeza y con el cuello muy alto; en los pies divinos traía unos alpargates, hechos de hojas de palma. Tal y tan grande me apareció aquella diosa, echando de sí un olor divino, como los olores que se crían en Arabia, y tuvo por bien de hablarme en esta manera:
—Heme aquí do vengo conmovida por tus ruegos, ¡oh Lucio!; sepas que yo soy madre y natura de todas las cosas, señora de todos los elementos, principio y generación de los siglos, la mayor de los dioses y reina de todos los difuntos, primera y única sola de todos los dioses y diosas del cielo,