bodas; así mismo, con mucha diligencia se hacía la cama de nuestro matrimonio: el lecho era de marfil muy luciente y de colchones de pluma ileno y con una cobertura de seda adornado y florido.
Yo, además de la vergüenza que tenía de echarme públicamente con una mujer, y también haber de juntarme con una hembra tan sucia y malvada, me atormentaba gravemente el miedo de la muerte, diciendo entre mí en esta manera: Que estando nosotros juntos, cualquiera bestia que soltasen para matar a aquella mujer, no había de ser tan prudente en la discreción, ni tan enseñada por arte, ni templada por abstinencia, que despedazase y comiese a la mujer que estaba a mi lado y a mí me perdonase, como a quien no tuviese culpa ni fuese condenado. Así que, estando yo en este pensamiento, ya no tenía yo tanto cuidado de la vergüeza como de mi propia salud, y en tanto que mi maestro estaba muy atento en aparejar el lecho, y la otra gente que por allí andaba, los unos estaban ocupados en mirar la caza de las bestias, los otros, atónitos en aquel espectáculo y fiesta deleitosa, en tal manera que daban libre albedrío a mi pensamiento para pensar lo que había de hacer, y aun también nadie tenía pensamiento ni se curaba de guardar un asno tan manso, así, que poco a poco comencé a retraer los pies furtivamente, y cuando llegué a la puerta de la ciudad, que estaba cerca de allí, eché a correr cuanto pude muy apresuradamente, y andadas seis millas, en breve espacio llegué a