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po desean y siguen su doctrina santísima, y con grandísimo estudio y afición de felicidad juran por su nombre. Mas por que alguno no reprenda el ímpetu de mi enojo, diciendo entre sí de esta manera: "¡Cómo!, ¿es ahora razón que suframos un asno que nos esté aquí diciendo filosofías?", tornaré otra vez a contar la fábula donde la dejé.

Después que fué acabado el juicio de París, aquellas diosas Juno y Minerva, tristes y semejantes y enojadas, fuéronse del teatro, manifestando en sus gestos la indignación y pena de la repulsa que les era hecha. Pero la diosa Venus, gozosa y muy alegre, saltando y bailando con toda su compaña, manifestó su alegría. Entonces de encima de aquél monte, por un caño escondido, salió una fuente de agua desleída con azafrán, y cayendo de arriba, roció aquellas cabras que andaban allí paciendo con aquella agua olorosa, en tal manera que, teñidas y pintadas del agua, mudaron la color blanca que era propia suya en color marilla. Así que oliendo suavemente todo el teatro, ya que era acabada la fábula, sumióse aquel monte de madera en una abertura grande de la tierra que allí estaba hecha. En esto, he aquí do viene por medio de la plaza corriendo un caballero diciendo que sacasen de la cárcel pública aquella mujer, porque el pueblo así lo demandaba, la cual, egún arriba dije, por la muchedumbre de sus maldades había sido condenada a las bestias y destinada para mis honradas