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que viera aquellos niños gordos y blancos, dijera que eran dioses del amor, como Cupido, que a la hora habían salido del mar o volado del cielo: porque ellos conformaban en las plumas, arcos y saetas y en todo el otro hábito al dios Cupido, y llevaban hachas encendidas, como si su señora Venus se casara. Así mismo, otro linaje de damas la cercaban: de una parte, las Gracias agradables, y de la otra, las muy hermosas Horas, que son ninfas que acompañan a Venus, las cuales, por agradar a su señora, con sus guirnaldas de flores y otras en las manos, que por alli echaban y derramaban, hacían un coro muy bien ordenado para dar placer a su señora con aquellas hierbas y flores del verano.

Ya las chirimías tañían dulcemente aquellos cantos y sones músicos y suaves, los cuales deleitaban suavemente los corazones de los que allí estaban mirando; pero muy más suavemente se conmovían con la vista de Venus, la cual, paso a paso, por medio de aquellos niños y de sus plumas y alas, moviendo poco a poco la cabeza, comenzó a andar y con su gesto y aire delicado responder al son y canto de los instrumentos. Una vez bajando los ojos, otra vez parecía que saltaba con los ojos. Esta como llegó ante la presencia del juez, echóle los brazos encima, prometiéndole que si ella fuese preferida a las otras diosas, que le daría una mujer tan hermosa y semejante a sí misma. Entonces aquel mancebo troyano, de muy buena gana, le dió, en señal de vie-