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comenzado, no consintió que el médico se apartase de ella tanto como una uña, diciendo que no se partiese de allí hasta que el jarabe que su marido había tomado fuese digerido y pareciese probado lo que la medicina obraba. Finalmente, que fatigada de los ruegos e importunaciones del físico, contra su voluntad y de mala gana lo dejó ir: entre tanto, las entrañas y el corazón habían recibido en sí aquella ponzoña furiosa y ciega; así que él, lisiado de la muerte y lanzado en una graveza de sueño, que va no se pod.a tener, llegó a su casa y apenas pudo contar a su mujer cómo había pasado; mandoie que al menos pidiese los cincuenta ducados que le había mandado en remuneración de aquellas dos muertes. En esta manera, aquel físico, muy famoso, ahogado con la violencia de la ponzoña, dió el ánima; ni tampoco aquel mancebo, marido de esta mujer, detuvo mucho la vida, porque entre las fingidas lágrimas de ella, murió otra muerte semejante. Después que el marido fué sepultado, pasados pocos de días, en los cuales se hacen las exequias a los muertos, la mujer del físico vino a pedir el precio de la muerte doblada de ambos maridos. Pero aquella mujer mala, en todo semejante a sí misma, suprimiendo la verdad y mostrando semejanza de querer cumplir con ella, respondióle muy blandamente, prometiendo que le pagaría largamente y aun más adelante, que luego era contenta con tal condición que quisiese dar un poco de aquel jarabe para acabar el negocio que había co-