los de casa y algunos amigos y parientes, quería dar al enfermo aquel jarabe, muy bien destemplado por su mano; pero aquella mujer, audaz y atrevida, por matar juntamente al físico con su marido, como a hombre que sabía su traición y no la descubriese, y también por quedarse con el dinero que le había prometido, detuvo el vaso que el físico tenía y dijo:
—Señor doctor, pues eres el mejor de los físicos, no consiento que des este jarabe a mi marido sin que primeramente tú bebas de él una buena parte, porque ¿dónde sé yo ahora si por ventura está en él escondida alguna ponzoña mortal? Cierto no te ofendas, siendo tan prudente y tan docto físico, si la buena mujer, deseosa y solícita cerca de la salud de su marido, procura piedad para su salud necesaria.
Cuando el físico esto oyó, fué súbitamente turbado por la maravillosa desesperación de aquella hembra cruel, y viéndose privado de todo consejo, por el poco tiempo que tenía para pensar, antes que con su miedo o tardanza diese sospecha a les otros de su mala conciencia, gustó una buena parte de aquella poción. El marido, viendo lo que el fisico había hecho, tomó el vaso en la mano y bebió lo que quedaba. Pasado el negocio de esta manera, el médico se tornaba a su casa lo más presto que podía, para tomar alguna saludable poción para apagar y matar la pestilencia de aquel vino que había tomado; pero la mujer, con porfía y obstinación sacrílega, como ya lo había