Ella díjome:
—Pues en tanto que se lo digo espérame aquí.
Y diciendo esto, cerró muy bien su puerta y entróse dentro. Dende a poco tornó a salir, y abierta la puerta, dijome que entrase. Yo entré, y hallé a Milón sentado a una mesilla pequeña, que aquel tiempo comenzaba a cenar. La mujer estaba sentada a los pies, y en la mesa había poco o casi nada que comer.
El me dijo:
—Esta es tu posada.
Yo le di muchas gracias y luego le di las cartas de Demeas, las cuales por él leídas, dijo:
—Yo quiero bien y tengo en merced a mi amigo Demeas, que tan honrado huésped envió a mi casa.
Y diciendo esto, mandó levantar a su mujer y que yo me posase en su lugar. Yo, con alguna vergüenza, deteníame, y él tomóme por la falda, diciendo:
—Siéntate aquí, que, por miedo de ladrones, no tenemos otra silla, ni alhajas, las que nos conviene.
Yo sentéme. El me dijo:
—Según muestras en tu presencia y cortesía, bien pareces ser de noble linaje, y así lo conocerá luego quien te viere; pero, además de esto, mi amigo Demeas así lo dice por sus cartas; por tanto, te ruego que no menosprecies la brevedad o angostura de mi casa, que está aparejada por lo que mandares, y ves allí aquella cámara, que es