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que no poca ganancia hubo por mí aquel que me tenía a cargo. El cual, como veía que muchos tenían grande ansia deseando de ver mis juegos, cerraba las puertas y entraban uno a uno, y él, recibiendo los dineros, no poca suma rapaba cada día.

En aquel conventículo y ayuntamiento fuéme a ver una matrona, mujer rica y honrada, la cual, como los otros, mercó mi vista por su dinero, y con las muchas maneras de juegos que yo hacía, ella se deleitó y maravilló tanto, que poco a poco se enamoró maravillosamente de mí, y no tomando medicina ni remedio alguno para su loco amor y deseo, ardientemente deseaba estar conmigo y ser otra Pasifae de asno, como fué la otra del toro. En fin, que ella concertó con aquel que me tenía a cargo que la dejase una noche conmigo y que le daría gran precio por ello; así que aquei bellaco, porque de mí le pudiese venir provecho, contento de su ganancia prometióselo. Ya que habíamos cenado partimos de la sala de mi señor y hallamos aquella dueña que me estaba esperando en mi cámara. ¡Oh Dios bueno!, qué tal era aquel aparato, cuán rico y ataviado! Cuatro eunucos que allí tenía nos aparejaron luego la cama en el suelo, con muchos cojines llenos de pluma delicada y muelle, que parecía que estaban hinchados de viento, y encima ropas de brocado y de púrpura, y, encima de todo, otros cojines más pequeños que los otros, con los cuales las mujeres delicadas acostumbraban sostener sus rostros y cervices; y por-